
(NOTI-RIO) Tuvieron que pasar 26 largos años para que Villa Mitre pudiera volver a gritar “¡Campeón!”. Generaciones enteras aguardaron, muchas sin imaginar que serían testigos de esta hazaña histórica. El equipo amarillo y azul atravesó épocas de frustraciones, sueños postergados y penurias que se convirtieron en cicatrices para un barrio que se acostumbró a ver a su equipo terminar en el fondo de la tabla, con escasos puntos que apenas sostenían la ilusión. Fueron años de derrota y de esperanzas rotas.
Sin embargo, en medio de esta travesía de sufrimiento, hubo quienes nunca se dieron por vencidos. Un puñado de fieles incondicionales, hinchas de corazón valiente que acompañaron al equipo en cada jornada, sin importar el frío o la adversidad. Con cada derrota, se encendía en ellos la chispa de un deseo inquebrantable. Vieron al club atravesar desórdenes administrativos, con un campo de juego que parecía pedir a gritos una renovación, mientras en sus memorias revivían aquel campeonato lejano de 1998, como si fuera un eco de un tiempo que parecía irrepetible. Pero la fe no se extinguió, nunca lo hizo.
El 2024 prometía cambios. En el primer torneo del año, las ilusiones parecían escaparse de las manos en las últimas fechas. Sin embargo, el destino le sonrió a Villa Mitre en la anteúltima fecha del Torneo Clausura. El sueño, esta vez, se hizo realidad: con un merecido 2 a 0 sobre Independiente, Villa Mitre selló la vuelta olímpica tan anhelada. Lo hizo en su casa, el “Machuca Guerrero”, donde las lágrimas de alegría fueron borrando las cicatrices del pasado y abriendo paso a una nueva era de esperanza.
Esta consagración es mucho más que un título; es el renacimiento de una institución que supo levantarse de las cenizas, y el barrio entero vibró con cada minuto. El grito contenido durante 26 años estalló en cada rincón, en cada corazón amarillo y azul. Villa Mitre volvió a ser campeón, y esta vez, la gloria se siente mucho más dulce.
El duelo contra Independiente era una final anunciada. Durante toda la semana previa se vivió una tensión palpable. Jugadores que soñaban el encuentro antes de pisar el césped, cuerpos técnicos que debatían estrategias para sorprender al rival. Cuando llegó el día, los 90 minutos fueron un reflejo de esa presión contenida: un juego discreto, lleno de nerviosismo.
Independiente, un equipo de juego rápido, nunca logró encontrar su ritmo en el Machuca. Villa Mitre, en cambio, pobló la defensa y el mediocampo, apostando al contragolpe. A los 3 minutos, Federico Velázquez avisó con un disparo cruzado que golpeó el palo. Solo tres minutos después, un ataque que no pudo contener el arquero Mariano Millán le dio a Velázquez la oportunidad de marcar el 1-0. Con la ventaja en sus manos, Villa Mitre mantuvo su orden táctico, esperando que Independiente se lanzara al ataque para aprovechar los espacios.
El encuentro se volvió menos vistoso con el paso de los minutos, con ambos equipos abusando de los pelotazos. El más peligroso del Rojo, Antonio Erburu, inquietó el arco defendido por Santiago Font, quien supo responder con firmeza. En el segundo tiempo, la dinámica no cambió. Mientras la afición comenzaba a soñar con el título, en los minutos adicionales, una mano dentro del area de Nicolás Occhipinti y penal. El penal fue ejecutado con precisión por Fabián Carra, sellando el 2-0 definitivo y desatando la euforia de un barrio entero.
Villa Mitre volvió a ser campeón. Esta victoria es la historia de una comunidad que nunca perdió la fe, de generaciones que hoy pueden gritar con orgullo: “¡Somos campeones!”.











































































































































































